Blade Runner

Es duro vivir con miedo, ¿verdad? En eso consiste ser esclavo. He visto cosas que vosotros no podríais creer. Naves de ataque ardiendo más allá de Orion. He visto rayos-C brillando cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo. Como lágrimas en la lluvia…

¡Sublime! Sublime quizás sea la palabra más adecuada, la que mejor contenga nuestra apreciación hacia esta que es una de las más bellas e icónicas películas algunas vez realizadas. Al menos para nosotros. Porque todo lo que representa y dio de sí el imaginario ideado por Ridley Scott con ‘Blade Runner’ (1982) guarda nuestros más lejanos anhelos… éxtasis-motor de las más insospechadas imaginaciones. Y aunque a estas alturas realmente no exista nada que añadir al respecto que no haya sido dicho y revisado una y mil veces. Disecada al más ínfimo pormenor en todos sus aspectos y desde los más diversos ángulos por sus infinitas hordas de discípulos, naturalmente no nos gustaría llegar al final d’el cine que llevamos dentro’ sin dedicarle nuestro más sentido homenaje al colocarla en el pódium entre nuestras películas preferidas de todos los tiempos.

Y eso que toda nuestra admiración y reconocimiento no se debería únicamente a la película en sí, cuyo maravilloso guion Ridley Scott les habría hecho adaptar a Hampton Fancher y David Peoples partiendo de la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) con un resultado tan sobresaliente que hasta el propio escritor se habría rendido a ella cuando asistiese a un particular pase poco antes de morir… en este caso, se trataría igualmente de una ineludible cuestión de metacine, tema conductor de nuestra 7ª y última temporada que aquí se revelaría superlativo en tanto que ‘Blade Runner’, ampliamente probaría su poder de generatividad por irreverente inconformismo y una rebelde incapacidad para ceñirse a sus resultados originales. No solamente, por el mito que a su alrededor se fuese propagando debido al infinito despliegue reflexivo y a la innovación estética que supondría… sino porque esta maravillosa nana de ciencia-ficción avanzaría en su línea de sublimación aseverando su enorme poder de fascinación cuando por pura cabezonería, su principal artífice, Ridley Scott, se empeñase hacer un nuevo montaje para solventar los pequeños fallos de la versión que después de mil problemas de producción terminase presentándose en cines en 1982. Disponiéndose así a abrir todavía más interrogantes… no solamente al eliminar de cuajo el ridículo final feliz impuesto por los estudios, sino cuando por fin pudiese preguntar aquello que lo cambiaría todo: ¿Es Deckard un replicante?

Este revolucionario montaje cambiaría el mismo concepto de película terminada cuando un montón de directores insatisfechos por los criterios de terceros impuestos a sus obras, siguiendo su ejemplo, se pusiese manos a la obra… Pero es que aquí, además, el interrogante abierto por Scott en su montaje de 1992, contendría la premisa sobre la cual Denis Villeneuve establecería la inmaculada línea sobre la que la historia de los replicantes -quizás más humanos que los humanos mismos- volvería a su cauce para descubrirnos toda una suerte de nuevísimos  y cristalinos arroyos a través del tiempo. Para hacernos cavilar el significado real de lo humano. Así se presentaría uno de los más claros ejemplos de lo desacertado, erróneo y contraproducente que sería la consideración del cerrado estatuto de ‘obra maestra’, incluso si estas se tratan de nuestras más adoradas ensoñaciones. De hecho, de haberla así considerado Villeneuve, nunca hubiese existido tal continuación. Tan maravillosa, tan digna como su sorprendente predecesora.

Cuando en 1982 saliese la película sobre un amenazante pero excitante futuro no demasiado lejano, habríamos imaginado que en 2024, en el cual nos encontramos ahora mismo, al menos los coches volarían como desde hacía tiempo lo habrían estado haciendo cuando la película nos situase en noviembre de 2019 en una oscura, industrial y sobrepoblada ciudad de Los Ángeles permanentemente azotada por una arrulladora lluvia ácida. Por otro lado, los prodigiosos avances genéticos con sus subrepticios principios mecánicos rediseñando el ADN humano en la creación de entes altamente mejorados, lo veríamos quizás menos probable… Pero a día de hoy nadie está seguro de lo que al final terminará llegando antes. Con todas las hipótesis que mientras tanto han dejado de ser meras teorías, parece ser que en un futuro no demasiado lejano todo ello terminará abandonando el reino de la fantasía. Y quizá algún día volvamos al debate de qué nos hace humanos.

‘Blade Runner’ es misterio y fascinante elucubración, pero también es un miedo atroz, uno casi visceral a un futuro que ya estuvo más lejano y que ya nos pareció más improbable. Miedo a perder nuestra identidad al ponderar la hipótesis de que en una reevaluación de la especie quizá los humanos saliésemos perdiendo frente a nuestras creaciones, frente a nuestros inmaculados ángeles con cuyo abrazo podrían aplastarnos y que sin embargo admiramos precisamente por no hacerlo, como diría Rilke: Pues la belleza no es nada sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.

Sin concesiones, 6 de estos seres prodigiosos concebidos genéticamente, 6 replicantes del avanzado modelo Nexus 6 escapados de una colonia en el espacio exterior en dónde habrían estado esclavizados por los humanos, regresan a la tierra con una particular y conmovedora demanda… 2 de ellos perdieron la vida al entrar al planeta pero los otros 4 siguen sueltos. Por eso se requieren los servicios de Rick Deckard, un caza replicantes conocido por Blade Runner, que en lugar de matar dicen dedicarse a retirar aquellos que se probaron peligrosos para los humanos, valga el eufemismo… En principio, los replicantes son concebidos para servir a los humanos pareciéndose lo más posible a nosotros… pero con aspectos más desarrollados, como una mayor agilidad y fuerza física y restricciones como la que les impediría interactuar emocionalmente del mismo modo que nosotros. Sin embargo, la capacidad de algunos modelos avanzados como los presentes Nexus 6, evolucionarían de tal modo que pronto sobrepasarían sus restricciones de serie. Ello daría así pie a exigencias tan razonables como aquella que traería a la tierra a Zhora, Leon, Pris y Roy… su fecha de caducidad de apenas 4 años. Estos 4 seres excepcionales, en realidad solo pretenden seguir viviendo. Algo que nadie sería capaz de negarle al prójimo y que así expuesto pondría en entredicho el estatuto de lo humano con relación a nuestra creación-espejo y nuestra diferencia relativa.

Harrison Ford marcaría de forma indeleble este humano e implacable detective en la figura del icónico Deckard dando caza al bruto Leon de Brion James, a la sexy Pris de Darryl Hannah, a la letal Zhora de Joanna Cassidy -en una de las más sublimes muertes alguna vez realizadas para el cine- y a Rutger Hauer, como el coloso Roy. 

Seres perfectos, cuyo reparto completaría Rachael, interpretada por la bellísima Sean Young. Quién durante un exhaustivo test, supuesto negativo por tratarse de la sobrina de Tyrell, el creador de estos seres magníficos, Deckard descubriría tratarse de una replicante sin consciencia de serlo. Los implantes de memoria con los cuales habría sido concebida le retrotraerían a una infancia que jamás habría gozado ella misma.

Jean Baudrillard diría al respecto aquello de que: El simulacro no es lo que oculta la verdad, sino la verdad la que oculta el hecho de que no existe verdad. El simulacro es verdadero. Y no podíamos estar más de acuerdo con él. Constantemente damos por sentadas verdades que luego se prueban inciertas pero no deja de estremecernos pensar que de pronto alguien se tenga que enfrentar a sí mismo al descubrirse otro. Porque seguramente este sea uno de los transes más espantosos a que podríamos enfrentarnos, pero por otro lado, también de los más edificantes, en tanto que al dejar tal posibilidad en abierto nos exponemos así a una empatía sin precedentes. 

Cuando en su día saliese la versión del director de ‘Blade Runner’ habríamos visto antes una o dos veces la película por televisión. Pero aquél revolucionario DVD que incluía la maravillosa secuencia onírica del unicornio cuando Deckard dormitase sobre su piano… uff… al final todo cobraría un sentido inusitado. Cuando por fin se diese a entender que él no sería el único que conociese dicho sueño… nuestro adorado Blade Runner se había convertido así, de la noche a la mañana, en replicante. 

Con la eclosión de internet, aquellos días de 1992, pocos habrán sido quienes no se sumergiesen de lleno en esta apasionante historia desplegada por la red en miles de páginas que empezaron a trazar toda clase de teorías e hipótesis relativas. Como tantos, también nosotros nos haríamos con el famoso videojuego que sacaría Westwood Studios con sus múltiples capas reflexivas y reproduciendo con fidelidad las hipnóticas atmósferas de la película. Pasándonos el testigo de Blade Runner a nosotros mismos. Por momentos pudimos convertirnos en detectives para melancólicamente cumplir nuestra función, dando caza a los pobres replicantes. 

Una historia jamás guarda la importancia de la forma en que aquella se cuenta y ‘Blade Runner’ solo se habrá convertido en la obra sublime que terminó siendo dada su estética de atmósferas opresivas y detalles tan sugerentes como sus extraños e intemporales artilugios. El detector de replicantes conocido como vonight-kampff o el penetrante ampliador de fotos que usa Deckard a lo largo de su investigación… En general, la caracterización del futuro imaginado por Ridley Scott no podía ser más bella pese a su complejísima dirección de arte, de la cual no descuidaría ni el más ínfimo pormenor. La arquitectura, las minuciosas maquetas, el diseño decorativo, el atrezo, el vestuario… y por supuesto, todo ello elevado a la enésima potencia con la excelsa música emocional y extrañamente futurista del griego Vangelis, puntuando un tempo tan específico como fulgurante. Estado taciturno, meditativo y listo para la acción que encontraría Scott para sugerirnos aquél inquietante e irresistible futuro.

Sus físicos y complejos efectos especiales y todos y cada uno de sus arrebatadores giros estarían medidos con tal profusión, encajados tan perfectamente y con tal maestría, que parecería improbable que en la época del C.G.I. alguien lograse continuar aquella historia con tanto amor y semejante precisión, pero de hecho así sería. En la continuación llevada a cabo por el canadiense Denis Villeneuve se haría más hincapié en la realidad virtual como otra capa añadida a aquél extraño mundo en que lo artificial y lo real se confunden constantemente. Posibilidades relacionales que ya hoy día se nos ofrecen y que ciertamente nunca nos abandonaran, probablemente incluso siendo mejorada a través de la prometedora investigación en inteligencia artificial. Y aparte de detalles como este, pequeñas diferencias sabiamente añadidas, el universo presentado en ‘Blade Runner 2049’ (2017), 30 años después de lo sucedido en la película de Scott, no tendría nada que envidiar a su antecesora.   

Durante aquél lapsus de 30 años que separarían las dos partes de la historia habrían ocurrido una serie de eventos graves que transformarían el modo de percibir el mundo, sobre todo en la relación mantenida entre humanos y replicantes, por eso Villeneuve encargaría un conjunto de tres cortos precuela que salvarían el hiato y a la par servirían de introducción a su historia. Más recientemente también saldría en nuestras pantallas la flamante serie animada dirigida por Shinji Aramaki y Kenji Kamiyama ‘Blade Runner: Black Lotus’ (2021- ) que situaría la acción 17 años antes del largo de Villeneuve, pero los cortos encargados entonces por el canadiense empezarían con ‘Black out 2022’ (2017) animación del director japonés Shin´ichirö Watanabe, que contaría de la acción tomada por la resistencia replicante cuando dos Nexus 8 provocasen el conocido como Gran Apagón, cuyas devastadoras repercusiones económicas y sociales entre otras, anularían prácticamente toda información informática borrando los archivos existentes en los bancos de datos terrestres. ‘Nexus Lawn 2036’ (2017) y ‘Nowhere to run 2048’ (2017) ambos dirigidos por Luke Scott, nos situarían directamente en el imaginario de Villeneuve al presentar cada uno, uno de sus personajes secundarios. El primero remachando la violenta capacidad persuasiva de Niander Wallace, diseñador genético sucesor de Tirell, interpretado por un filosófico e inclemente Jared Leto y el segundo, referente a un emancipado replicante, Sapper Morton interpretado por Dave Bautista, quién al salvar una niña y su madre de unos matones en plena calle, sería así identificado y reportado a las autoridades como replicante. Lo que daría lugar a la primera escena de ‘Blade Runner 2049’ de Denis Villeneuve.

En esta, es la promesa de un milagro, el cual precisamente proclama Sapper Morton cuando nuestro nuevo protagonista va en su captura, la cual nos conduce a lo largo de todo el metraje. Aquél día en que el agente K, interpretado por Ryan Gosling al final termina teniendo que retirar al replicante granjero que conocimos en el corto de Luke Scott, al final descubre algo completamente inusitado… De hecho, de extenderse alguna clase de rumor al respecto, de hacerse conocida la existencia del interior de aquella maleta enterrada junto al viejo árbol al lado de la casa de Sapper, el tejido de la realidad seguramente cambiaría inexorablemente. 

Con aquél descubrimiento de suspender la respiración, K. además tendría necesariamente que poner en causa su propia condición. Con una irrefrenable emoción, solo comparable al miedo que advendría del peligro de confirmarse como ciertas sus sospechas, este Blade Runner que toda su existencia se tuvo por replicante al servicio de los humanos, de pronto podría estar en grave peligro… Un recuerdo súbito aflora a su mente… se descubre de niño siendo perseguido por otros niños queriendo arrebatarle su única y preciosa posesión, un pequeño caballito tallado en madera. El niño logra adelantarse y esconderlo antes que los demás le encuentren… pero evidentemente, K. piensa que aquella extraña memoria solo podrá tratarse de un implante… aquél recuerdo no puede ser verdadero… al menos, no puede ser suyo. 

Lo que diferencia un humano de un replicante es que el humano nace y crece y el replicante se diseña en un laboratorio tal cual. Pero mientras, en sobresalto K. se pregunta ¿Cómo puedo saber si una memoria es verdadera o un implante de diseño? ¿Cómo podré saber si esto lo viví de verdad o me lo implantaron para que me pareciese más a ellos? 

Respecto a la continuación de Villeneuve poco más podemos añadir, porque si aún no la habéis visto y tenéis intención de hacerlo, a partir de aquí solo podríamos estropearos el visionado con spoilers… Eso sí, os garantizamos que no son una ni dos las sorpresas que os esperan, y que el milagro… el milagro más que poner los pelos de punta es tan bello como un alumbramiento.

Unas de las marcas distintivas de la novela de Philip K. Dick es la de los animales exóticos que pululan un poco por todas partes… de hecho, el mismo título de la novela, hace referencia a ovejas eléctricas precisamente por la artificialidad de aquellas. Al respecto, en la película de Scott, siempre que sus personajes se encuentra un animal terminan haciendo la misma pregunta a modo de coletilla. ¿Es real? Y la respuesta invariablemente es una negación rotunda. Todos son tan falsos como eléctricos, mecánicos o genéticamente engendrados… de otro modo serían absurdamente caros y por supuesto, ilegales… No obstante, el quid de la cuestión es que nadie podría afirmarlo jamás a simple vista. En la continuación de Villeneuve esto solo ocurre cuando en el transcurso de su investigación K. finalmente termine encontrando a Deckard. Mucho mayor y viviendo retirado en una zona aislada por la contaminación. Por única compañía el hombre tiene a un viejo perro zarrapastroso. Y cuando K. le pregunta si el animal es real, su respuesta es aún más cabal y definitiva: ¡Pregúntaselo a él! Y en cierto modo esto resume la solución de todo el problema. Si ni tan siquiera sobre sí mismos pueden determinar su origen… al final, a tal pregunta… la respuesta del perro tendría que valer exactamente lo mismo. Porque si nadie puede advertir diferencia alguna: ¿Qué es finalmente lo que estamos debatiendo? 


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