La provocación en la obra de Abel Azcona

La acción delictiva implica típicamente una conducta inmoral o un comportamiento ofensivo que viola los estándares morales de la comunidad. El terrorismo, la traición, el incendio provocado, el asesinato, la violación, el robo, el secuestro, el tráfico de drogas y de armas son considerados delitos graves que curiosamente también se perpetran por nuestros propios estados soberanos al amparo de la ley y bajo premisas que los legitiman. Hasta aquí nada de nuevo. Ya sabemos que el poder es el poder por algo, sin embargo, llama la atención que entre la inmensa lista de delitos, ‘la provocación’ también se recoja como tal. Se trataría de un delito menor, pero en todo caso así la tipifica la Real Academia Española, al parecer: Consiste en incitar públicamente a alguien para que cometa una acción delictiva.

Una vez más, en los estrechos parámetros comunicantes en que se mueven nuestras avanzadas sociedades, las restrictivas palabras, tan huecas como absurdas, solo vuelven para reafirmar del burdo apaño que nos sujeta.

Atendamos por un segundo al hecho consumado de que ‘la provocación’ no pueda ser entendida como tal si proveniente de las esferas estándar tradicionales de la moral imperante, aún si tantas veces subvertidas y plenas de hipocresía. Lo cierto es que muchos pueden sentirse ofendidos, incomodados y por lo tanto, provocados por aquellas. Pero no, aquello no es provocación, porque no es acción sino regla instituida y sólidamente insertada en la misma ley. Por otro lado, si no deja de ser cierto que la provocación puede entenderse como una de las más vulgares clases de exhibición – burda expresión del ego, no por ello deberían desmerecerse sus necesarias virtudes. A través de las cuales abrir mentalidades puede hacerse su máxima prerrogativa y por lo tanto, sería lógico considerarla también hazaña en lugar de restringirla solamente a la calidad de delito.

El arte de Abel Azcona no es el de la provocación, no obstante, dado el carácter social y el alto contenido político de su obra, su misma legitimación procede en función del grado de provocación alcanzado. Al exponer su obra y a sí mismo, el autor busca una necesaria reacción que complete su punto de vista y suscite el debate público tan necesario para despertar nuestras sociedades. Y aunque trate de no pasar desapercibido, definitivamente no están en sus manos las dimensiones que determinada obra pueda alcanzar. Probablemente en otros entornos, incluso en épocas no demasiado lejanas, su trabajo no resultase tan impactante como se verifica hoy día en nuestras sociedades altamente olvidadizas, cobardes, de oídos taponados, ciegamente maniqueas y en gran medida fundamentalistas.

Performance, Curia Curiosa, junio 2013

Pero la estirpe artística a la que pertenece Azcona ya no goza del respaldo de otrora, su congregación prácticamente se ha quedado sin miembros porque el aborregamiento y la desidia entorpece y anula las ganas de vivir plenamente y de gritar, de luchar a toda costa. Asumir el escándalo como forma de vida, vivir al límite como si no hubiese un mañana, entregar todo tu ser a controvertidas causas de las cuales lo más probable es que salgas mal parado, es algo grave y profundamente inviable para muchos. Decididamente no es para cualquiera.

Este ha sido no obstante el papel del artista a lo largo de la historia y es este el rol de mayor utilidad que se pueda llegar a adoptar. ‘Provocación’ por lo tanto, no solamente debería entenderse como afrenta a la moral establecida, como ofensa hacia ciertos modos de pensar y de actuar, sino que debería considerarse bien de primerísima necesidad a través de la cual aún podemos, tratar al menos, despertar de este larguísimo letargo.

Pero sin duda, para ello hay que tener madera de mártir y una ilimitada perseverancia de base para mantener la capacidad de libertad requerida, que visto lo visto, a Abel es probable que no le dure tanto como desearíamos. De hecho, ese quizá sea el último punto de que carezcamos los demás y que a él parece incluso sobrarle: su profunda desobediencia a la vida en general y una total falta de miedo a la muerte… le hacen caso excepcional que solopodemos glorificar. Abel de hecho, para ser justos, no debería estar vivo. Y este es el inquietante punto de partida de su implacable discurso de empoderamiento… blindado y hábil programa de combate que sigue a rajatabla ante la pobreza mental y la irreflexiva ley imperante en nuestras sociedades totalitarias y deterministas.

Hijo de una prostituta heroinómana, Abel habrá sido abandonado en la misma maternidad de cariz religioso en la cual nacería. Al poco tiempo, un hombre que había estado con su madre le reclamaría como su hijo y se lo llevaría para ofrecerle una vida de abusos varios, violencia, maltrato y sucesivos abandonos. Entre los alarmados servicios sociales, casas de acogida y familias de adopción, Abel parecía haber llegado al mundo para dar tumbos y sin nada real a que agarrarse. A los 18, al renegar de su familia de adopción se iría a vivir a Madrid y en un estado de extrema pobreza se dedicaría -como su madre biológica- a la prostitución. Mientras tanto, mil veces enloquecería y le serían diagnosticados varios cuadros clínicos de foro psiquiátrico. Buscaría la liberación a través de la exposición pública de su cuerpo y el auto-flagelo en provocadoras proto-performances que empezaban a manifestarse a través de él de forma espontanea y catártica. Del mismo modo intentaría suicidarse en varias ocasiones. La liberación a través del arte o del cese vital, más allá de todo sufrimiento.

En el seno de la familia que terminaría adoptándole, Abel no encontraría todo lo que necesitaba, de hecho el estricto control religioso practicado por aquella familia del opus dei le dejaría otra clase de secuelas, pero por otro lado le proporcionaría la posibilidad de apuntarse a todas aquellas actividades extra-escolares que más le interesaban. Así haría talleres de teatro, artes plásticas… Pero no sería hasta más tarde que comprendería los fundamentos y el potencial del exigente arte performativo. Aquella era justo la disciplina que había estado buscando y que además había practicado desde siempre, aunque aún carente de rumbo.

Al final el programa a que dedicaría su misma existencia Abel estaba bien a mano, solo habría que aprender a canalizarlo en la dirección precisa. Él mismo, Abel Azcona -cuerpo y persona- su propia existencia como fruto biológico de una transacción económica, su vida desdichada plagada de violencia, colmada de abusos y de absurdas creencias fundamentalistas, de demencial autoritarismo y siempre puntuada de dolorosas ausencias, no solamente se revelarían a sí mismos como los temas emergentes que debería ilustrar, ante los cuales debería rebelarse, sino que devendrían urgentes denuncias de que Abel, por derecho propio era digno portador para proceder desde la máxima sinceridad.

Impregnados en su sangre y marcados en su propia piel, él mismo debería hacer visibles esos estigmas infligidos por una sociedad necia y abusiva. Prueba viviente e irrefutable que con toda la autoridad del mundo se dispondría a devolver, a modo de espejo, a todos y cada uno de sus ignorantes ejecutores.

Su valentía, sin remilgos o falso pudor harían de él un artista tan necesario como todo su estremecedor programa. Directo y audaz, marcaría su obra de una impar intransigencia con su lenguaje directo, simple y efectivo.
Firme y determinado metería de lleno el dedo en la llaga, pero además, sin restringirse unicamente a su biografía, ampliaría su espectro de acción para hacer ostensible su propio caso -a modo de modelo- a otras causas sociales y políticas relativas a la opresión, al olvido, a la negación de los derechos humanos y a injusticia en general.

Yo siempre he intentado ser coherente con mi vida y con mi obra. Y toda mi obra tiene que ver con mi propia experiencia vital a nivel de denuncia y crítica. Exploro temáticas como el abuso infantil, la pederastia, historias que tienen una relación directa con mi infancia y mi construcción como persona. Como artista, como enfermo mental, como muchas cosas que soy. Yo me siento muchas veces más enfermo mental o abandonado hijo de prostituta que artista. Artista al final es una palabra que hemos construido para definir a una serie de personas que se dedican a crear, pero creadores somos todos, porque todos creamos. Pero el espíritu crítico es el que hace verdaderamente a una artista que tiene la necesidad de transformarse a sí mismo y al visitante de sus exposiciones. El artista debe ser terrorista, militante, activista, detonante de muchas cosas. El artista correcto que busca la belleza no me interesa.

Casi siempre de carácter procesual, sus obras no se detienen en sí mismas, de hecho en el trabajo de Azcona son tan importantes los documentos expuestos que verifican la veracidad de su biografía, como los diversos objetos instalados en el espacio y todo el trabajo previo, sus motivaciones y cada una de sus elecciones. Es tan importante el acto efímero de las performances en sí como la documentación audio-visual que de aquellas se extraiga o su repercusión en prensa, si es que no termina siendo objeto de denuncias judiciales o incluso amenazas vitales. Todo ello es su obra.

Pero es fundamentalmente a través de su propio cuerpo que su discurso se describe, escenario que presenta y representa la memoria, el duelo, el afecto o su carencia y el despertar de la empatía o del odio directo de su público.

De sus obras más polémicas en el marco de provocación a que nos remitimos, se encontrarían piezas como:

‘Prostitución y empatía’, en la cual el artista a cambio de unos pocos céntimos se dispondría a todo lo que sus espectadores/perpetradores quisieran hacer con él. Esta obra seguiría la estela exploratoria por empatía de un encuentro que el artista habría mantenido con su madre, quién seguía ejerciendo la prostitución, consumiendo heroína y que no habría querido conocer a su hijo cara a cara por no sentirse realmente su madre.

Durante la acción ejercida por los espectadores participantes sobre su cuerpo desnudo dispuesto en una cama en posición fetal, habría quién simplemente le acariciase, quién le dijese dulces palabras al oído, pero también quienes le penetrasen, le quemasen y le tratasen como un mero objeto. Previo pago, ¡claro está!

En la misma línea conceptual, ‘Someone else’ sería una instalación en la cual se exigiría el contacto físico, incluso sexual, con el artista, para poder acceder a la sala de exposiciones en dónde podrían verse algunas de sus obras.

‘La calle’, también sobre intercambio sexual, llevaría a Abel al encuentro de la idea de su madre biológica y el denigrante ejercicio de la prostitución que le habría traído al mundo. Para ello, Abel empezaría un tratamiento hormonal tratando acercarse lo más posible a la figura femenina y ejercería la prostitución. Así exploraría los límites de su propio cuerpo repitiendo los típicos patrones de abuso, que revisaría tanto en las memorias de su propia infancia, como de cuando regresase a Madrid y por pura pobreza tuviese que ejercerla para sobrevivir, igual que todos aquellos abusos vividos en la probable experiencia de su madre biológica y de los cuales él mismo sería fruto.

Una de sus obras más importantes quizás sea aquella que le haría recorrer durante meses las iglesias vinculadas a su infancia, para que durante la comunión recogiese y guardase 242 hostias consagradas -cifra correspondiente a los casos de pederastia denunciados en el norte de España durante una década- hostias que luego utilizaría e instalaría formando con ellas la palabra PEDERASTIA. Obra titulada ‘Amén’ y que pasaría desapercibida en su primera exposición en Madrid pero que al ser nuevamente expuesto uno de sus fragmentos, le alzaría a la máxima exposición mediática cuando grupos de católicos consternados, al día siguiente de su inauguración, empezasen a multiplicarse en contra de la obra a través de masivas manifestaciones y espectaculares concentraciones de revuelta. Definida por la iglesia católica como la mayor ofensa a la creencia cristiana, Azcona documentaría todas aquellas manifestaciones y confrontaciones para incluirlas en las posteriores exposiciones de la obra, bien como los procesos judiciales por denuncias y querellas varias que defendería ante varios tribunales y entes judiciales hasta declararse desobediente.

‘La sombra’ sería un híbrido de instalación fotográfica y performance a través de la cual Abel denunciaría más de doscientos casos de abuso infantil. Sentado en un columpio su performance detallaría las experiencias relatadas por los supervivientes y la documentación recogida en la obra podría ser consultada por quién gustase.

Agudo e incisivo, significativas obras suyas como aquella en la cual Abel se afiliaría a varios partidos políticos simultáneamente para luego exponer juntos sus carnets de Vox, del Partido Popular, de Podemos, del Partido Obrero Español… Algo que ya suponíamos: la indiferencia de las fuerzas políticas respecto a las verdaderas convicciones ideológicas de sus miembros son directamente proporcionales al cumplimento del pago de sus cuotas.

O aquella otra, que le supondría la amenaza de muerte por parte de grupos fundamentalistas islámicos cuando en la secuencia de su performance crítica hacia diversas religiones, durante 9 horas ingiriese las páginas de un ejemplar del Coran. O aquella que le llevaría a disponer pedazos del muro de Berlín a la par del muro de Cisjordania y que le supondrían el veto total a su entrada al país. Otra que le expulsaría directamente de Estados Unidos al hacerse tatuar en el ano la famosa frase de Ronald Reagan adoptada por Donald Trump en su campaña a la presidencia en 2016: ‘Make America Great Again’. Y así un largo etcétera de polémicas denuncias hechas visibles con una determinación y una coherencia impar.

Llegado al mundo por una obtusa prohibición aún si en un evidente caso de necesario aborto y habiendo sido mancillado durante toda su infancia, Abel Azcona marcaría su postura ante una serie de identidades sociales, políticas y religiosas que no dudaría en apuntar con el dedo en la simple disposición de su cuerpo y de su propio ser, de su historia como ejemplo de los efectos de las decisiones ajenas sobre la misma existencia. Y además, sin por ello dejar de hacerse a sí mismo objeto y diana de sus propias opiniones y lecturas al respecto.

De sus múltiples denuncias, la verdad es que parece que nadie está dispuesto a cargar con la culpa. Al contrario, quienes exclaman sentirse victimas de sus provocaciones, sintomáticamente solo tratan de silenciarle. Pero hasta ahora, los infructíferos y vanos intentos de aquellos, no hicieron más que reafirmar todos y cada uno de los motivos por los cuales la obra de este hombre es no solamente importante, sino esencial.


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