Enseñanzas para la muerte

¿Cuántas veces no nos habremos partido de risa con el pobre e ingenioso Coyote muriendo a manos del implacable velocista Correcaminos? ¿Cuántas veces habrá muerto el malogrado Kenny en lo que ‘South Park’ (1997- ) lleva en antena desde que allá por 1997 empezasen a matarle sistemáticamente en cada episodio?

Siempre fuimos partidarios de la risa, amantes del despropósito y surrealistas de nacimiento pero nos parece injusto, cobarde y ruin edulcorar la realidad. El humor jamás debería servir para ocultar cuestiones delicadas, pues como coartada solo aplaza y confunde aquello que por otro lado es tan o más urgente para hacer de nosotros seres plenos. Por eso pensamos que por dura que la realidad a asimilar resulte, es preferible contarla con tacto, buscando el momento adecuado -antes mejor que después- no sea que luego surja sin advertencia y de sopetón… Al final, si no hay más remedio que atenerse a las consecuencias del dolor, el cual siempre estará presente en la vida, eludirlo además de despropositado será contraproducente. Aparte de no ser nada sana la actitud de tomárselo todo a la ligera… para bien o para mal, el dolor es tan cierto como la muerte.

No obstante, con nuestra heredada formación plagada de escabrosa imaginería, supersticiones y ancestrales creencias, que de tan arraigadas parecemos no poder librarnos… la muerte y sus imaginarios misterios, parecen haberse apostado entre la subjetividad y la polémica. El bizarro y ácido humor del fabuloso director de animación Bill Plympton -de quién el creador de ‘Los Simpsons’ (1989- ) Matt Groening, diría ser Dios- trataría la muerte y el más allá en sus corrosivas y explicitas piezas de dibujos animados sobre la absurda condición humana, como ineludible cuestión transversal. La muerte y el más allá, aunque sucedan en el más acá, son parte indiferente a la frugal gama de manías, fantasías y otras paranoias a que patéticos nos vemos abocados. En su estupendo largo ‘Idiotas y ángeles’ (2008) convocaría la alada y mística figura del ángel para contar la historia de un hombre normal, con su típica vida rutinaria plena de cinismo, que un buen día despierta con unas incipientes alas en los omoplatos que le obligan a actuar con bondad. Naturalmente el hombre, no queriendo abdicar de su personalidad y su habitual conducta, tratará por todos los medios deshacerse de aquellas incómodas protuberancias. Sometiéndose incluso a una operación quirúrgica… 

Ciertamente la polémica al respecto sea tan plural como cuantas creencias se revoquen de un plumazo en esta clase de aproximaciones, pero la verdad es que crecer no es fácil para nadie y antes o después ninguno de nosotros podrá librarse ni de la muerte ni del dolor… ni siquiera de las creencias que a aquellos acompañan. Del inmenso vacío que la muerte nos deja a los vivos y que solo podrán atestiguar verdaderamente quiénes lo padecieron, consecuentemente, preparados debemos estar. Aprender a enfrentarnos a ello sin subterfugios ni tabúes, tanto adultos como niños. Puesto que todos estamos igualmente expuestos a ello por mucho que mamás y papás tiendan a llevar a cabo su instinto de protección evitándoles situaciones difíciles de gestionar. En ocasiones, porque para sí mismos aquellas son de hecho de tan ardua asimilación, que se ven incapaces de poner la hipótesis de que los niños se lo tomen con más filosofía y menos dramatismo.  

Desde hace tiempo que se vienen presentando más películas sobre la muerte teniendo expresamente en cuenta la sensibilidad de los más pequeños. Aunque esto de la edad siempre será una cuestión relativa y cada niño es un mundo, ‘Coco’ (2017) de Lee Unkrich y codirigida por Adrian Molina, es un excelente ejemplo que trata la cuestión desde un punto de vista familiar recurriendo al tradicional y colorista día de los muertos mexicano. Su trama mágica e intrigante invita a soñar un más allá repleto de fantasía a través del periplo del frustrado Miguel, que quiere ser músico pero que para su familia hasta la mera palabra es tabú, totalmente interdicha. Al parecer, el tatarabuelo del chico habría abandonado a su familia para dedicarse exclusivamente a la música y desde entonces un profundo amargor les invade cuando algo relacionado viene a colación. Sin embargo Miguel, ensaya apasionadamente con su guitarra, a escondidas en la vieja buhardilla. Un día se le presenta la oportunidad de participar en un festival de jóvenes talentos, pero su abuela, al enterarse de sus intenciones le rompe la guitarra, con lo cual Miguel trata de arreglárselas como puede para conseguir otra… Justamente aquello sucede el día en que se abre la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos y Miguel accidental y mágicamente entra a aquél lugar fantástico en dónde conocerá de primera mano a sus familiares muertos. Aquellos siguen allí precisamente porque todos los años se les presta homenaje el día de los muertos y porque sus fotos en el altar de casa ayudan a recordarles… En cambio, aquellos a quienes ya nadie recuerda, se esfuman inexorablemente.

La película está plagada de giros sorprendentes y su mensaje familiar, de la importancia de prestar homenaje a nuestros muertos es bellísimo… no obstante, soluciones fáciles como aquella respecto a la supuesta oveja negra de la familia -el tatarabuelo- que al final no es tal… no solucionan sino que aparcan realidades a las que esta clase de película debería de adscribirse de modo integral. En todas las familias hay una oveja negra, pero finalmente en la de Miguel, al parecer ya no… 

Por otro lado, tampoco se le presta la debida importancia a la superstición, en este caso respecto a la música que habría encumbrado el discernimiento familiar durante generaciones. Se le resta peso debido quizás a aquello del respeto a los mayores, cuando en muchos casos son precisamente los mayores los responsables de impedir que los sueños se cumplan al insistir en repetir absurdos patrones, temerosos e incapaces de desapegarse del pasado y de sus propios sufrimientos. De otro modo, este proceder solo atestigua la complejidad del tema y su natural polémica. Un excelente ejemplo de lo que nos ocupa.

El cine fantasmagórico de los hermanos Quay, de quienes hablamos hace tiempo en la primera temporada d‘El cine que llevamos dentro’, también estaría ampliamente vinculado a la muerte. De hecho, aquí les recordamos tan solo a modo de apunte respecto a ‘Coco’, en dónde uno de sus principales personajes se disfraza de Frida Kahlo para intentar pasar el detector del olvido tratando de visitar la tierra de los vivos. Les recordamos porque precisamente una de sus pequeñas animaciones de stop-motion ilustraría un segmento de la película ‘Frida’ (2002) de Julie Taymor. Su cine bellísimo, reflexivo y melancólico no nos parece sin embargo adecuado para los niños por su enorme complejidad y porque en cierto modo, sus etéreas y fantasmales propuestas -herederas del cine táctil de Jan Švankmajer- son tan densas y profusas que podrían justamente producir el efecto opuesto a lo que aquí proponemos.     

De un modo general, los niños suelen reflejar la conducta y los aprendizajes concretos a que sus progenitores les inducen. Los estímulos que un niño reciba servirán para hacerle más fuerte y valiente o más cauto y temeroso. Más o menos receptivo a según qué cuestiones… Y conforme el grado de sensibilidad depositado en según qué asuntos, así el infante devendrá más o menos capaz de enfrentarse al mundo. Es por ello que conforme el grado de maduración en el cual se encuentre, el cual mejor que nadie conocerán sus papás, sugerimos que antes de enseñarles nuestras sugerencias, las reviséis de antemano. Ese grado evidentemente dependió de vosotros en función del cual deseáis que el niño acceda. Si queréis que vuestros niños crezcan valientes, también vosotros debéis tener el valor de enseñarles, por ejemplo, a través de nuestras sugerencias de cine: el dolor, la pérdida y la muerte. En suma, la realidad misma. Aunque hacer el cambio de paradigma en muchos casos no será fácil, seguro que finalmente con gran orgullo os recompensará.   

‘Kubo y las dos cuerdas mágicas’ (2016) de Travis Knight, quizás sea de los más bellos y sutiles acercamientos al tema de que tengamos razón. De hecho, es tan esencial cada detalle en ella para entender su verdadera dimensión que nada más empezar se nos advierte: Si tenéis que parpadear hacedlo ahora, prestad atención a todo lo que veáis y escuchéis, sin importar lo inusual que os pueda parecer todo. Os advertimos que si os movéis o apartáis la mirada de la pantalla… si os olvidáis de alguna parte de lo que os voy a contar, incluso durante unos instantes, entonces nuestro héroe seguro que perecerá.

Kubo es un niño de unos seis años que vive solo con su madre en una cueva lejana. La mujer está enferma y cada vez más débil, lo cual le tiene muy preocupado. Sin embargo, suele bajar al pueblo para enseñar en la plaza las magníficas historias que cuenta a través de sus teatrillos de figuritas de origami. Con la ayuda de su instrumento de dos cuerdas insufla magia a sus personajes para gran deleite de todo el mundo, y sin embargo, nunca logra concluir sus historias para gran desespero de todos. Antes de que caiga el sol debe estar de vuelta con su madre en la cueva. Y es que sus bellas historias de princesas y guerreros guardan un poderoso parecido a la realidad, a su propia historia. La cual ciertamente no ha hecho más que empezar. Un día, el sol se pone pillándole distraído y su historia parece empezar a desarrollarse finalmente. Empujado a un extraño mundo de ensueño repleto de magia, Kubo tendrá que enfrentarse a la muerte de su madre y conocerá finalmente el destino de su padre en el temor de su anciano abuelo que no quiere asumir la realidad.   

Rodada en los punteros estudios Laika con la maravillosa e impecable técnica de stop-motion 3D, a través de la cual sus personajes adquirirían una inusitada expresividad realizada con la enorme precisión posibilitada por innovadoras impresoras 3D, esta película equivaldría al máximo logro de la avanzada técnica. La cual ya habría probado sus magníficos resultados en cintas como las dos siguientes que aquí tratamos.  

‘ParaNorman’ (2012) de Chris Butler y Sam Fell, contaría la historia de un niño bien rarito, quién como el típico gordito de turno, sería objeto de burlas y repudiado por todo el mundo en su pueblo. De Norman se ríen en la escuela, en casa y en todas partes porque su particular caso, al ver muertos constantemente y no poder evitar comunicarse con ellos, todos piensan que está majara… Pero es que Norman ve muertos de toda clase, incluidos perritos, pajaritos… y todo el amplio espectro. Lo que los demás habitantes del pueblo no saben es que precisamente aquello que no entienden y de lo cual se mofan en Norman, les terminará salvando de la maldición de una bruja que pronto se rebelará en contra del mundo. Hace unos cuantos siglos a ella la habrían matado por no haber logrado entenderla, en realidad la bruja no pasaría de una niña enfadada por sentirse incomprendida. Menos mal que Norman es capaz de mantener la sangre fría para hablar con ella y enfrentar su ira. Asimismo explicarle que él también es especial como ella y que por eso puede verla… que los demás tampoco es que tengan la culpa de no entenderla. Porque todo lo que se sale de la norma suele llegar con un precio. Esta es una buena película para ir introduciendo a los niños en cierta imaginería del más allá sin que por ello deje de ser divertida en ningún momento.   

Como al irlandés Tomm Moore dedicaríamos uno de nuestros capítulos refiriendo su compromiso en la educación para la muerte de los más pequeños, a la cual se entregaría por completo a través de sus películas ‘Canción del Mar’ (2014) y ‘El secreto de Kells’ (2009) lo mismo haríamos con la obra maravillosa de Makoto Shinkai, de la cual aquí en este contexto, no podemos resistir volver a insistir una vez más sobre los prodigios del esplendoroso ‘Viaje a Agartha’ (2011), una de nuestras películas favoritas de todos los tiempos. 

Desde tiempos inmemoriales, en las más remotas civilizaciones, los humanos buscaron consuelo en imaginarias versiones del más allá, en esta maravillosa película inspirada en los míticos dioses precolombinos y el viaje que emprendería Orpheu en busca de su amada Eurídice, es la solitaria Asuna quién siente que en su corazón un otro mundo palpita. Bien dentro, siente como le llama… Con su pequeño cristal de radio -el único recuerdo que tiene de su padre- suele subir a la montaña para escuchar voces distantes, músicas de otros lugares. Hace poco escuchó una melodía lejana que muy dentro en ella parecía identificarla, un extraño rumor que en cierto modo ya la habitaba y la conectaba con un lugar distante. Así es como Asuna conoce a Shun, camino a su montaña… un chico que la defiende de una extraviada criatura del inframundo. 

En realidad los Quetzalcóatl otrora habrían protegido al hombre en la superficie de la tierra, dioses que estaban presentes entre nosotros precisamente para ayudarnos, al inicio. Ahora viven como guardianes del inframundo tratando de preservarlo de curiosos, tratando así de mantener su frágil equilibrio. Sin saber muy bien porqué, Asuna termina embarcándose paulatinamente en un extraño viaje. Como si supiera que otra suerte -diversa a todo cuanto conoce- la espera en compañía de su nuevo profesor, quién allí piensa resucitar a su esposa muerta hace tiempo… Asuna se sumerge en la eterna Agua Vitae, en un mundo mágico dónde todo parece posible. Sobre todo por su complejidad y exigencia reflexiva, esta película quizás pueda ser más indicada para niños a partir de los 11 o 12 años de edad.   

Son muchísimas las películas en las que destaca una importante lección por encima de todo lo demás, no obstante las lecciones más importantes suele alcanzarse con dureza. Aprender duele y si a través del cine no se hace este esfuerzo, si son todo concesiones para vender película sin riesgo de mayor, al final todos salimos perdiendo. En el caso de ‘La isla de Giovanni’ (2014) de Mizuho Nishikubo no hay concesiones que valgan. Algo que suele pasar con las historias que suceden alrededor de la guerra. 

Cuando al final los japoneses terminasen capitulando en la 2ª Guerra Mundial, al cabo de unos días, parte del territorio terminaría siendo ocupado por tropas rusas. Así, a la isla de Shikotan arribarían no solo militares pero también las familias de aquellos, instalándose en las casas de los locales y complicándoles así la vida a todos. Por supuesto que los niños, como gran lección que muchos adultos deberían aprender y llevar a la práctica, al cabo de poco tiempo empezarían a jugar unos con otros independientemente de su origen. Los hermanos Junpei y Kanta, así llamados en homenaje a los protagonistas Giovanni y Campanella de un libro que su madre adoraba y su padre les inculcaría desde pequeños ‘Noche en el ferrocarril galáctico’ de Kenji Hiyazawa, de la noche a la mañana se ven obligados a ceder la parte más cómoda de su casa a una familia rusa, de la cual forma parte Tanya, una adorable niña rubita de quién finalmente se harán muy amigos. Lo cierto es que no les cuesta demasiado adaptarse a la nueva situación y además, los padres de Tanya son de lo más amable. Pero mientras tanto, la situación en la isla empeora y el papá de los niños se ve obligado a trapichear arroz para que nadie pase hambre. Cuando los rusos terminan pillándole le envían a un campo de concentración ruso. Y poco después, a uno similar seguirán deportados los restantes habitantes de la isla. 

Después de cierto tiempo de viaje en condiciones deplorables, el pequeño Kanta enferma, pero con unas ganas irrefrenables de volver a ver a su padre convence a su hermano a visitarle en el campo dónde le tienen preso. Deciden así arriesgarse por un difícil camino, nevado y muy vigilado… Esta sobrecogedora joya comprime fuertemente el corazón. Es bellísima y sin embargo tan dura que seguramente muchos niños no estarán preparados para verla hasta más tarde, con 13 o 14 quizás…. 

Y ya ‘La tumba de las luciérnagas’ (1988) de Isao Takahata sería harina de otro costal. Más dura todavía. En realidad como todo lo que nos dejaría la guerra. Basada en la historia homónima de Akiyuki Nosaka publicada en 1967, según sus propias memorias, narraría con inigualable belleza la historia de Seita, un niño de 14 años y su hermana pequeña Setsuko de 5, quienes cuando su madre terminase pereciendo a causa de un bombardeo y los dos pequeños se viesen súbitamente obligados a irse a vivir con una tía, antipática y con malos modos, quién resentida solo sería capaz de hacerles reproches y despreciarles por verse súbitamente obligada a cuidarles… terminaría haciendo que Seita se decidiese a irse a vivir a una rudimentaria construcción bajo una montaña en la orilla de un lago, él solo con su hermana pequeña. 

Libres, al comienzo de esta nueva aventura todo les parecería prometedor y apacible. Arreglarían el lugar con esmero y pronto se adaptarían. A aquél lugar mágico visitado por la noche por miles de luciérnagas no sería difícil cogerle el punto, pero en semejantes circunstancias, pronto sería cada vez más difícil encontrar comida. Además Seita, se vería obligado a dejar sola a su hermana durante horas y horas… 

Por duras que resulten, estas son sin embargo las enseñanzas que realmente forman. Así se aprende de verdad. Porque al margen de toda fantasía, aquí destacan los valores más humanos y verdaderos, sin subterfugios. Y lo más importante es que esto no deberíamos olvidarlo nunca… para que la guerra, el odio y el desprecio no se vuelvan a repetir. Ver ‘La tumba de las luciérnagas’ y enseñársela a nuestros niños, quizás cuando tengan 13 o 14 años, es tan fundamental como todo humanismo que se precie.


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