Angélica Liddell

En el fondo, el teatro no existe. Existen las aspiraciones artísticas. O deberían existir. El objetivo es el arte y hay que cumplir el objetivo con rabia. Debemos cultivar la rabia siempre. Ir en contra. Protestar mientras nos quede valor y fuerzas para sobrevivir sin dinero. Eso significa desterrar la eficacia y la corrección.

Angélica Liddell

Como el rigor preconizado por Antonin Artaud en su teatro de la crueldad, cuya principal función consistiría en despertar fuerzas dormidas en el espectador enfrentándole a sus conflictos más acuciantes, a sus propios anhelos y obsesiones… como la dramaturga británica Sarah Kane tratando en sus inmortales obras el amor redentor, el deseo sexual, el dolor y la tortura, tanto física como psicológica… la muerte, que encontraría ahorcándose con los cordones de sus zapatos… así se caracterizaría la violenta y extrema propuesta escénica de Ángelica Liddell.

A Angélica González, más conocida por su apellido de ‘Alicia en el país de las maravillas’ (1865) de Lewis Carrol, Liddell, la bautizarían en la misma pila que al surrealista Salvador Dalí. Natural de Figueras, nacería en 1966 y allí viviría hasta los 7 años. Hija única que viviría en los cuarteles donde la llevaría la carrera militar de su padre… ya de niña escribía historias trágicas como modo de escapar a la soledad. 

Escritora, poeta, actriz y directora teatral, recibiría varios galardones entre los que destacarían el Nacional de Literatura Dramática, el León de Plata en la Bienal de Teatro de Venecia y el Leteo, atribuido en León por el Club Cultural Leteo. En 2017 sería nombrada Chevalier de l’ordre des Arts et des Lettres por el ministerio de Cultura de la República Francesa. 

Persiguiendo sus aspiraciones artísticas ingresaría al Conservatorio de Madrid en los años 80, pero lo abandonaría poco después decepcionada con los profesores y la propia institución para licenciarse más tarde en Psicología y Arte Dramático. Debutaría como dramaturga en 1988 con ‘Greta quiere suicidarse’, que le supondría su primer gran reconocimiento y en 1993, junto a Gumersindo Puche fundaría la compañía Atra Bilis, a través de la cual montaría sus obras. 

En vez de disparar a alguien, escribo. Es una fortuna, ¿no? En el escenario puedo asesinar con total libertad. Y también puedo suicidarme un millón de veces.

En 2010, acudiendo por primera vez al Festival de Aviñón para enseñar: ‘El año de Ricardo’ y ‘La casa de la fuerza’, contundente obra en la que se autolesionaría con cortes en el cuerpo, sería aplaudida por un público totalmente rendido. Y las cinco representaciones que de aquella gloriosa obra hiciese en el Teatro del Odeón de París también serian recibidas con honda devoción. En 2013, volvería al Odeón de París en el ámbito del Festival de Otoño para presentar ‘El síndrome de Wendy’, que gozaría de idéntico éxito. 

Sus obras, traducidas a más de diez idiomas y llevadas a escena en diversos países de Europa y América la harían destacar entre los autores teatrales surgidos en los 80. Su teatro, huyendo de todo estereotipo y dramaturgia convencional, enseñaría de forma desgarradora y categórica los aspectos más oscuros de la realidad actual y los trágicos y más arraigados estremecimientos del ser humano: el sexo, la muerte, la violencia, el poder, la locura… y el mito.

En su libro ‘Maldito sea el hombre que confía en el hombre, un projet d’alphabétisation’ (2011) Angélica cautivaría feroz, defendiendo sus textos de manera a hacer de la palabra explosivo proyectil para descargar luego sobre las tablas, sin contemplaciones, frágil y desconcertante al producir tanta empatía como poderosas sacudidas.

Y en el libro ‘El sacrificio como acto poético’ (2014) desentrañaría la relación entre el sacrificio y lo poético. 

En aquél, en el epígrafe ‘Quiero ser la locura de Dios’, Liddell cavilaría la distorsión de lo real y la razón a favor de la experiencia delirante del espíritu. Asociaría a tal distorsión el estado de enamoramiento que encontraría su mejor expresión en la poesía de Santa Teresa de Ávila, íntimamente relacionada con la adoración a Dios. A propósito exclamaría: Si lo convencional en nuestra sociedad es el sexo liberado, la rebelión llegará desde las cumbres del amor, desde la poesía de la sombra y del delirio, no desde la prosa de la convención plana y sin aristas… 

Su libre versión del clásico ‘La Letra Escarlata’ de Nathaniel Hawthorne, devendría irreverente venganza feminista al puritano patriarcado, tan bella como hilarante en su fresco desahogo.

Para Angélica, arte, vida, escritura, biografía, creación poética y reflexión teórica mantendrían nexos tan complejos como evidentes. La violencia, tan recurrente como explícita en sus obras, adquiriría dimensiones mitológicas al ahondar en lo más profundo de la condición humana y llevándonos directamente a nuestras más innombrables pulsiones actuales… aún si para ello recurriese a mitos ancestrales como el bíblico sacrificio de Abraham, cuyo Dios le exigiría sacrificar a su hijo Isaac como prueba de fe. A lo cual Abraham, aún si desconcertado, accedería, transgrediendo así las leyes de los hombres e incluso la ley divina, una vez que Dios precisamente repudiaría los sacrificios humanos. El hombre le llevaría su adorado hijo al monte Moriah para entregárselo como ofrenda, tan solo para que en el último momento le apareciese un ángel impidiéndoselo.

Este mito, que gozaría de toda clase de interpretaciones, para Liddell solo cobraría sentido siguiendo la hermética explicación de Kierkegaard: Solo quien desciende a los infiernos salva a la persona amada, y solo quien empuña el cuchillo conservará a Isaac.

Para Angélica el sacrificio se verificaría así, en tanto que exceso. Bello exceso. Exceso liberador evidenciando la represión de nuestra temerosa y pasiva sociedad. El sacrificio en tanto que asesinato en suspenso, por encima del bien y del mal, por encima de toda ética.

En cierto modo, recientemente Angélica se habrá apartado del abuso físico extremo que se infligiría a sí misma en el escenario. Su trabajo, centrado en el cuerpo, que a menudo implicaba derramamiento de sangre hoy día sigue sin embargo revelando todo en un gesto que, paradójicamente, se siente opaco. Levantándose la blusa se desliza con los brazos abiertos, de cara al público. Se dirige hacia un consolador colocado en una silla… Entonces una sustancia similar a la sangre gotea de su boca… con lo cual se la podría señalar como mera provocadora tratando de encasquetarnos falso teatro de la crueldad. No obstante, su impronta sigue estando dotada de tal grandeza reflexiva y tan dolorosa sinceridad… 

En ‘Esta breve tragedia de la carne’ (2018) algunos miembros del elenco tienen síndrome de Down, a otros les faltan miembros… y ella termina el espectáculo en una caja de vidrio llena de mariposas vivas. 

Angélica se autorretrata sin pudor colgando asiduamente en su página web fotos tomadas en su casa o en habitaciones de hotel… En ellas aparece vestida, desnuda o disfrazada. Transmite soledad, desasosiego y algún que otro destello de felicidad.


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