Todo sobre el Amor

Es probable que el amor constituya una de las más fundamentales necesidades humanas. Aún si no imprescindible, muchos dirían no tratarse de algo que se busca sino que se encuentra… pero quienes no tuviesen la dicha de conocerlo, terminarían lamentándolo toda su vida. 

Para posibilitarlo sería requisito esencial reunir a nivel triangular: intimidad, pasión y compromiso. Y en su forma más elevada, lo precisaría omnipotente, uno de sus máximos estudiosos, Francesco Petrarca, uniendo las cosas grandes y las pequeñas como gobernador del mundo. Este poeta toscano, allá por 1336 habría empezado a reunir sus poemas, los cuales serían publicados por primera vez en Venecia más de un siglo después, en 1470, constituyendo aquellos el primer gran tratado al respecto. El amor para Petrarca sería al mismo tiempo amigo y enemigo, ilusión y desilusión, esperanza y desesperanza, sufrimiento continuo y dolor incesante. Mientras que su contemporáneo, Dante Alighieri opusiese la razón a la pasión, que consideraba fiel consejera, Petrarca estaría convencido de que la razón no serviría de gran cosa tratando de frenar el amor. Aquél se trataría de un continuo, siempre presente, incluso después de la muerte. De hecho, cuando Petrarca buscase desesperadamente la soledad intentando olvidar sus penas, no lo lograría por no encontrar un lugar, por muy alejado que estuviese de la civilización, donde el amor, mejor dicho, el sufrimiento, no le persiguiese.

Así, el amor iría alcanzando un peculiar estatuto dentro de nuestra cultura, transformando a lo largo del tiempo nuestra percepción de la realidad y contribuyendo así a la complejidad humana. En el cine sería ciertamente el tema más tratado, y por ello, intentando hacer un sumario recuento de diversos aspectos al respecto, con anhelo de totalidad, tratamos aquí de diseccionarlo a través de 15 sugerentes títulos.

Como cuando el planeta fuese arrasado por la reciente pandemia y empezásemos a fantasear con el hecho de que quizás algo bueno pudiese devenir de la desgracia, de tanta muerte y distancia… quizás pudiésemos en fin darnos cuenta de la importancia de permanecer unidos, convirtiéndonos finalmente al altruismo. El amor entre los miembros de la especie no sería tan utópico si al estar todos expuestos al virus por igual, comprobásemos desde esta vulnerabilidad común, nuestra incuestionable similitud total, independientemente de los típicos condicionantes disyuntivos… Sin embargo, el virus terminaría diezmando la población, separándonos inexorablemente y nada realmente nuevo sucedería. Nada cambiaría nuestra vieja conducta ególatra… Algo idéntico a tan ilusoria hipótesis propondría el danés Thomas Vinterberg en ‘Todo es por amor’ (2003). En un futuro cercano, el planeta gradualmente enfriándose por el cada vez más radical cambio climático haría que súbitamente nevase en Europa en pleno junio o que extrañamente elevase hacia el cielo los habitantes de Uganda. Fenómenos de sorprendente belleza que sin embargo, como cuando la muerte avisa su llegada transfiriendo una súbita lucidez antes del fin, todos se dejarían deslumbrar mientras por doquier, los corazones de la gente colapsasen. Cada vez más separadas, las personas se desplomarían fatalmente por la calle, por todas partes, víctimas de una inconsolable e insuperable carencia afectiva. John y Elena, en las figura de Joaquin Phoenix y Claire Danes, contarían la historia de un amor recobrado ante el fin inminente… La película empieza con John viajando para firmar los papeles de divorcio puesto que vivir con Elena se habría probado del todo imposible. Una estrella internacional del patinaje esclavizada por su absorbente agenda que no les dejaría espacio alguno. Sin embargo, ambos se seguirían amando como el primer día. Y el problema sería justamente el enfriamiento de los corazones de aquellos que alrededor de la rutilante estrella, tratarían de estrujar al máximo la gallina de los huevos de oro. Pero al final, cuando John y Elena se enteran del extremo indecible de aquella explotación, deciden partir juntos.  

El amor es esencial, pero en ocasiones no podemos evitar preguntar ¿hasta qué punto? Y en ello ¿qué importancia desempeña la presión ejercida por las convenciones sociales? ¿No es posible que estemos demasiado obsesionados con el amor como propondría Yorgos Lanthimos en ‘Langosta’ (2015)? En ella describiría el genial director griego, una sociedad en la cual todo aquél que incapaz de encontrar pareja, debe acudir a un restrictivo hotel especializado en personas solas para tratar, por última vez, encontrar su alma gemela. Requisito esencial para seguir con vida. Encontrar la pareja adecuada sin embargo no es simple, la compatibilidad requiere compartir al menos un rasgo particular -absurdamente característico- con el otro. Y todo aquél que no encuentre alguien que le corresponda deberá someterse a un profundo cambio morfológico. De hecho, deberá cambiar de especie. Para tal, nada más presentarse en el hotel equipado con una sofisticada maquinaria, les exigen elegir de antemano en qué animal desean convertirse, pues así tendrán otra oportunidad más para encontrar pareja dentro del vasto reino animal. Colin Farrel elije convertirse en una langosta, porque aparte de gustarle el mar, se conoce que las langostas son monógamas y pueden vivir hasta más de cien años. Sin embargo, antes hará todo lo que esté en sus manos para encontrar pareja… Y a aquellos prófugos solitarios que no quieran someterse a dicho tratamiento, se les dará caza.   

Hay quienes asocian el amor a su propia capacidad para sentir. En la flamante y delicada ‘El marido de la peluquera’ (1990) de Patrice Leconte, el pequeño Antoine desarrolla una prodigiosa sensibilidad. Siempre atento al más ínfimo detalle, lo que más le gusta en el mundo es ponerse en manos de su dulce y perfumada peluquera. Fantasear con su belleza y dejarse sumergir por completo en su fragrante y suave femineidad… Sabiendo que si deseas algo con suficiente intensidad definitivamente tu deseo se cumplirá, el niño no podía tener más claro que su único deseo de casarse con la más bella peluquera del mundo se cumplirá seguro, puesto que no sería posible desear con mayor intensidad. Así que pasados los años, en la vida de un soñador Jean Rochefort encarnando a Antoine en esta dulce y algodonosa historia de amor, surge entonces deslumbrante, Mathilde. Una hermosa peluquera en la figura de Anna Galiena que en lugar de extrañarse con la brusca e imprevista pregunta de Antoine sin tan siquiera conocerla: ¿Te quieres casar conmigo? Le responde sin darle demasiadas vueltas: ¡Sí, quiero! Un amor sincero y de una levedad tal, que tan solo es equiparable a su romántico y desgarrador final. 

Redondo como este sería el amor circular de Otto y Ana. Quiénes no obstante, cuando todo empieza entre ellos no se quieren igual. Otto está total y profundamente enamorado de ella y Ana siente envidia y quiere amarle tanto como él a ella. Ana logra alimentar su amor con creces… y aunque la suya devenga inesperadamente una historia de amor prohibido cuando el padre de él y la madre de ella les hagan hermanos, ello no constituirá suficiente motivo para detenerles. Sin embargo, las cosas se complican cuando Otto es incapaz de gestionar los extremos sentimientos encontrados que se producen cuando se muere su madre. De aquella culpa a su padre y secretamente se culpa a sí mismo por haberla abandonado para estar con Ana. Por eso termina huyendo y separándose de la chica. Pero la vida está repleta de coincidencias y quienes aman de verdad las conocen bien. Pasado el tiempo, Ana no duda viajar a Laponia para descubrir una serie de sorprendentes revelaciones y así aseverar la circularidad de su propia historia, inextricablemente unida a la de Otto, mientras espera el regreso de su niño, de su alma gemela. Aunque él no lo sepa aún, sospecha que su Ana solo podrá estar esperándole dentro del círculo. Así de mágico es el amor de ‘Los amantes del círculo polar’ (1998) de Julio Medem.

Destinados el uno al otro… es frase que parece sacada del gran libro divino dónde se forjan exitosas uniones. Por algún motivo mayor, que usualmente nos escapa, nos cuesta entender por qué hay ciertas uniones que aún pareciendo reunir todos los requisitos, no terminan de funcionar. Insondables secretos que forman parte del gran plan… el cual nos está vedado porque una y otra vez metimos la pata cuando se nos hubiese intentado dejar a nuestra suerte. El libre albedrío por lo tanto, sería algo que deberíamos ganarnos a pulso. Y este es precisamente el caso de Matt Damon y Emily Blunt en ‘Destino oculto’ (2011) de George Nolfi, adaptación de una historia de Phillip K. Dick, en dónde unos agentes divinos que más que ángeles recuerdan a grises señores del FBI, se encargan de encauzar las vidas de humanos según el plan previsto. Cuando en un lapsus la pareja se conoce e inevitablemente se enamoren el uno del otro… el plan parecerá haber fallado… ¿Pero es posible un fallo así? Porque según aquél no estaban destinados el uno al otro, pero…

Otras veces, el amor surge como subrepticio juego de niños, por necesidad de encontrar una alternativa más satisfactoria como en ‘Plan b’ (2009) de Marco Berger. Este director argentino especializado en historias de amor homosexual, en este que sería su primer largo nos contaría el amor entre Bruno y Pablo. El primero, liado con Laura, siente precisamente la necesidad de llevar a cabo su plan b cuando se da cuenta de que la chica le tiene como mero amante y no piensa cambiar… Hace tiempo sí habían sido novios, pero ahora ella está con Pablo y con él solo tiene sexo. Como el novio de Laura frecuenta su mismo gimnasio, aunque no se conocen, Bruno decide poner en marcha su plan b. Poco a poco crece entre ellos una bella amistad. Una de aquellas típicas de la infancia en que todo el tiempo te mueres de ganas por estar con tu amigo porque siempre te lo pasas bomba. Lo compartes todo, te quedas a dormir en su casa, él en la tuya… Hasta que de tal amistad surge naturalmente algo mayor. Sin embargo, ni uno ni otro, han estado nunca con un chico, lo cual es algo que no resulta tan fácil de solucionar.  

En el caso de la delicadísima ‘El amor es extraño’ (2014) de Ira Sachs, son ya 39 años lo que llevan juntos Alfred Molina y John Lithgow cuando en 2011 se legaliza en Nueva York el matrimonio homosexual y la pareja decide casarse. Poco después, a Alfred le despiden de la escuela católica donde enseñaba música pese a que todos estaban contentísimos con su trabajo y conocían su situación amorosa. Así, inexorablemente pierden su piso en Chelsea. Y mientras una pareja gay de policías amigos acoge a Alfred, John se va a vivir a casa de su sobrino, en Brooklyn… Pero al verse obligados a vivir separados y en casas ajenas mientras buscan una solución, la preocupación por un futuro incierto, tener que adaptarse al ritmo de los demás y su intromisión en la vida más íntima de sus familiares, aquellos constituirán motivos más que suficientes para acelerar el delicado pulso de la adorable pareja…

Pero desde los mismos albores del cine se tratarían de expresar los límites que por amor uno estaría dispuesto a cruzar, en ‘Garras humanas’ (1927) de Tod Browning, nos adentramos en el esperpéntico mundo circense para conocer a la guapa Nanoon en la piel de una jovencísima Joan Crowford, quién habría desarrollado una horrible aversión a las manos masculinas. La chica no soporta que nadie le toque, por eso se siente tan cómoda en compañía de Alonzo, un lanzador de cuchillas sin brazos en la figura del inolvidable Lon Chaney. Alonzo en realidad no es quién dice ser y ni siquiera es realmente como aparenta… Su amor por Nanoon sin embargo crecerá y al final el hombre tomará la drástica decisión de transformarse realmente, en una radical demostración de amor. En aquél personaje sin brazos que no pasaba de una argucia para eludir la ley.

Justo antes de que los japoneses invadiesen Pearl Harbour, entre los militares apostados en la base de Hawai se vivirían intensas historias de amor. Fred Zinnermann dirigiría ‘De aquí a la eternidad’ (1953) basándose en la novela homónima de James Jones para contarnos de Burt Lancaster, un sargento subordinado de un estúpido y prepotente capitán, que se enamora de la mujer de aquél. En la figura de Deborah Kerr, la mujer está desencantada con su matrimonio y de hecho no se puede creer aquél amor tan puro y sincero que parece surgir de la nada. Mientras tanto, otras historias transcurren paralelas. Pese a las asperezas de aquél rudo ecosistema, todas ellas rezuman un significativo sentido de unión, amor, amistad y complicidad. Improbables relaciones que se abren paso, frágiles como flor brotando en el asfalto.

Y es que el amor genuino siempre es dolorosamente desinteresado. Algo que no se verifica únicamente en clásicos como ‘Casablanca’ (1942) de Michael Curtiz, con el inolvidable Humphey Bogart abriendo mano de Ingrid Bergman en aquella despedida icónica en que por lo menos, siempre les quedará París… Ineludible referente que recrearía la situación de quiénes de paso por Marruecos camino a Lisboa para embarcar hacia el nuevo mundo huyendo de la guerra, terminarían invariablemente acudiendo al café de Rick. Hombre aparentemente duro pero que generoso trataría de ayudar en la medida de sus posibilidades hasta que un día se le produce un vuelco al corazón cuando en su café se presenta Ilsa. Aquella mujer que años antes le habría dejado plantado sin explicación. Ahora Ilsa se presenta en compañía de su marido, famoso héroe de la resistencia que vendría denunciando las atrocidades perpetradas por los nazis desde que hubiese escapado de un campo de concentración… Naturalmente Ilsa y Rick, después de todo se siguen amando, pero un amor mayor y mucho más importante que el suyo les reclama un sacrificio casi imponderable.   

También interpretada por la magistral Ingrid Bergman, Paula piensa estar soñando cuando después de toda una vida en soledad, el amor parece finalmente entrar en su vida. En ‘Gaslight’ (1944) de Thorold Dickinson, la chica se deja arrullar por aquél pianista que acaba de conocer… pero como bien se suele decir, el amor puede ser una locura que nubla la razón y cuando se presenta desigual puede devenir martirio. Durante su infancia, el inexplicable asesinato de su tía, prestigiosa y rica soprano, marcaría su existencia, pero ahora finalmente Paula confía que quizás todo cambie. Sin embargo, tan frágil como el equilibrio entre la cordura y la locura, aquél amor llegará tembloroso como la luz de gas que súbitamente disminuye si alguien más en la casa enciende la luz en otra habitación… Y si casualmente no hay nadie más en casa, como los conductos de gas son tantos y tan retorcidos quizás el gas se haya ido a algún otro lugar… Paula ve como la luz disminuye y cree perder la razón. Pero definitivamente su marido parece esconder algo, y ella, sistemáticamente más y más debilitada por los constantes reproches del hombre, se siente desvanecer…

Y es que el interés, si fría y metódicamente perpetrado, tiene las de ganar frente al corazón enamorado. Hay quienes más propensos al desapego nos pueden llegar a extrañar tanto como Morvern, la protagonista del segundo largo de Lynne Ramsay, interpretada por Samantha Morton en ‘Morvern Callar’ (2002). Quién al comienzo pensamos que será una especie de apatía lo que le impide expresar sus emociones cuando en la noche de navidad descubre que su novio acaba de suicidarse dejando en el ordenador una simple nota: Hice lo que debía hacer. Te dejo mi novela en el ordenador, la cual escribí para ti. Envíala a la primera editorial de la lista y si te la rechazan intenta la siguiente. Hay dinero en mi cuenta, encontrarás la tarjeta en el cajón, ya sabes mi pin. Te quiero’. Pero la extraña Morvern no reacciona. De hecho ni se lo dice a nadie ni cambia sus planes. Sin inmutarse, asiste a la fiesta de navidad que tenía prevista, y a sus amigos solamente les comenta que su novio está casa. Se quedó en la cocina, de hecho. Lo cual no es mentira. Al día siguiente, antes de imprimir la novela decide cambiar el nombre del autor. Borra el del novio y pone el suyo.

Más común sería la no menos fuerte historia de Marcus y Odilia, quienes seguramente habrían sido felices otrora cuando naciese su hijita. Todo empezaría a torcerse cuando él tuviese una gran depresión y perdiese su trabajo de dentista. Odilia no dudaría ni un segundo en buscarse a otro y pedirle el divorcio. El juez le concedería la casa y la custodia de la niña salvo días contados al año en los cuales él podría visitar a la pequeña. ‘Everybody in our family’ (2012) de Radu Jude se centra en aquél día en que felicísimo, Marcus va a recoger a la niña para un fin de semana de acampada junto a la playa y Odilia no está. El novio y la madre de ella le piden que no despierte a la pequeña, que la noche anterior tuvo 38º de fiebre y estuvo vomitando, pero él no resiste y la despierta. Ni siquiera le dejaron asistir a su cumple y hace tanto que no la ve… Además la niña está genial, ni pizca de fiebre ya. Como Odilia está tardando, hace caso omiso a eso de tener que esperarla antes de llevarse a la niña, que puede que su madre no lo apruebe… a lo cual Marcus espeta que este es su día, tratando de irse. Todo se complica cuando la violencia empieza su gradual escalada. Con la llegada de la mujer prohibiéndole llevarse a la pequeña y la liberación de toda la ira acumulada, Marcus grita: Me lo has arrebatado todo, te has quedado con mi casa en dónde tu novio gorrón vive. Te has quedado con mi hija y me prohíbes llevarla a la playa un día. Tú quieres volverme loco.

Con sus elaborados travelings, sutiles y reflexivos, sus casi imperceptibles movimientos de cámara y penetrantes y reveladores zooms, el maravilloso Andréi Zviáguintsev, uno de los directores más fascinantes de la actualidad, en la magistral ‘Sin Amor’ (2017) platearía también lo de que si una pareja no está bien, si el amor se acabó… nada debería interponerse en su glorioso proceso de divorcio. Sin embargo, cuando el desamor lleva tiempo enquistado y la unión se transforma en algo imposible de gestionar, la situación puede llegar a extremos indecibles. Como contundente declara uno de los personajes: Sin amor no se puede vivir… Cuando el pequeño Alyosha de 12 años se entera que ni su padre ni su madre se quieren encargar de él después del divorcio, cuando a escondidas les escucha tratando de encasquetárselo el uno al otro, una indescriptible y profunda desolación se nos instala en el pecho… y Alyosha simplemente desaparece.  

Dando cuenta de la importancia de los demás en nuestras vidas, de nuestra necesidad de interactuar, William Eubank nos sugeriría en su esplendida y claustrofóbica ópera prima ‘Love’ (2011), como un astronauta en misión en la estación espacial internacional, al quedarse súbitamente incomunicado, se las arregla solo durante años. Un día el hombre encuentra el diario de un soldado que habría participado en la guerra de sesión de Estados Unidos y que habría estado buscando el sentido de la existencia en el mismo campo de batalla. Sin embargo, aquél se le escaparía… El legado del hombre en la tierra para aquél soldado no tendría respuesta… Así, a través de una serie de simples testimonios de toda clase de personas yuxtapuestos en medio de las infinitas sesiones de ejercicio, labores de manutención y revisando viejos mensajes… en medio de los sueños y de las absurdas actividades fruto de la espera y del sinsentido del aislamiento de nuestro protagonista, Eubank advertiría la necesidad de conexión como respuesta. 

A través de esta tristísima e inusual aproximación, junto a aquél solitario astronauta, entendemos que en el universo todo se conecta precisamente por amor.  


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