A propósito de la Hagiografía

Los superhéroes como ángeles, desde los cielos nos vigilan. Batman o Superman, con sus capas sobrevuelan nuestros sueños como modernos ángeles de la guarda. De su sobrehumana generosidad e increíbles poderes, no estarían exentos de polémica. Los humanos, reticentes a ocupar el lugar de segundones les ponen pegas hasta a sus salvadores… Antaño, salvo Satán, los ángeles no eran tan polémicos como los santos. 

La hagiografía, como los cómics de súper-héroes, son composiciones biográficas que describen las vidas de los santos. Entre ellas se incluyen las Sagradas Escrituras y la Biblia Judía. De su uso extendido, la hagiografía no se limitaría a los santos sino también a las figuras equivalentes de religiones no cristianas. A personas que reúnen méritos tan excepcionales que en la práctica se les trata como santos. El uso del término en estos casos suele ser peyorativo, crítico por falta de objetividad. Algo de que no dejarían de carecer ninguno de los sucesivos. 

La hagiografía que recogemos es aquella llevada a la gran pantalla por los más notables cineastas y sus héroes, ejemplares figuras que lograrían convertirse en algo más que simples mortales, en cierto modo similares al mortal Batman pero sin su abultado talonario, sino todo lo contrario. Aquellos que marcados por el ascetismo y un hondo anhelo de perfección, mostrarían una impar valentía en el derrame de la propia sangre como irrefutable prueba de fe, lealtad a dios y a la patria. Continuamente forzados a superar las fuerzas adversas del bien y de la orden. Aquí, sobre todo hagiografiamos santos católicos.

De las obras revisadas, la que sigue calándonos más hondo es sin duda la modernísima versión que allá por 1928, con María Falconetti y Antonin Artaud llevaría a cabo el danés Carl Theodor Dreyer ‘La pasión de Juana de Arco’ (1928). Asombrosa gema muda que al concentrar todo su metraje en el último episodio de la vida de la doncella, recrearía con toda suerte de detalle, detención y esmero, las turbadoras y angustiosas probaciones a que ella se vería sometida con tan solo 19 años de edad, inquirida por un indolente e implacable tribunal eclesiástico. Argüiría oír a dios en su cabeza y afirmaría haber actuado bajo sus órdenes para derrotar a los ingleses y liberar así a su patria. El fallo que la sentenciaría a la hoguera, aparte de los tejemanejes políticos para desacreditar al rey, tan solo probaría la enorme envidia de sus jueces cuando siglos después fuese canonizada. Ya en 1916, esta figura esencial del catolicismo sería objeto de un primer retrato fílmico por parte de Cecil B. DeMille. A quién, después de Dreyer, seguirían Víctor Fleming, Roberto Rossellini, Otto Preminger, Robert Bresson, Jacques Rivette o Luc Besson, entre otros… La extrema concentración de Dreyer y sus actores reuniendo el rigor místico fundamental a la ejecución de su emocionante cinta, su limpieza y limpidez, sus arriesgadas tomas oblicuas y levitantes cabezas mirando al cielo, resultarían tan apropiadas al martirio de Juana que, de lejos, devendría el ejercicio más interesante entorno a la santa. Como en ninguna parte, se aprecia el enorme tormento y la ascesis alcanzada por la mártir.

Los martirologios y actas de mártires, como los que habrían inspirado la película de Dreyer, durante algún tiempo serían narradoscon gran realismo y truculencia, lo que contribuiría enormemente a su éxito entre los devotos. Miles de años después, aquellos casarían a la perfección con la narrativa fílmica por sus inefables imágenes. También serían muy bien acogidas las biografías de personajes milagrosos. Uno de sus más ilustres hagiógrafos, Atanasio de Alejandría, inspirado en los prototipos paganos de ‘hombres santos’ como los sabios Pitágoras y Apolonio de Tiana -que alcanzarían la sabiduría y la perfección humana según los criterios de la paideia clásica- servirían a Atanasio como antítesis para fijar un modelo de santidad que perduraría en el tiempo hasta nuestros días y que no se adquiriría por medio de la reflexión filosófica sino a través de la búsqueda incansable de dios, en la soledad del desierto, la superación de las tentaciones demoníacas y un ascetismo sobrehumano. Ideal de santidad adoptado por monjes, obispos y ermitaños, a cuyas tumbas o lugares de retiro acudiría el pueblo en busca de remedio a sus enfermedades y tribulaciones. 

La ciega devoción de los creyentes es de los mayores alicientes hagiográficos, tal y como recoge de modo totalmente orgánico el portugués João Canijo en ‘Fátima’ (2017). Con todo lujo de detalles, junto a un grupo de mujeres peregrinando por las peligrosas carreteras de Portugal nos dirigimos al santuario en dónde Fátima se les apareció a los tres pastorcillos. Los bellos cánticos a lo largo del camino, la resistencia e inviolable fe de estas mujeres solo se equiparan a una verdad sin subterfugios que irrumpe con el cansancio y los dolores. Verdad que, perdiendo los nervios, terminan tirándose a la cara las unas a otras. Estas beatas no son santas. Les cuesta perdonar, se pelean por niñerías y todo ello solo contribuye a evidenciar la razón de su fe. Son burdas, criticonas, poco generosas y a veces insensibles e interesadas… al fin al cabo, humanas como el que más. En su más que demostrada experticia recolectando la realidad, Canijo cuenta historias que se solapan y que transcurren en simultáneo como en la vida misma. Y sin hacer cualquier tipo de juicio de valor, con ellas nos ilumina. 

El Nuevo Testamento, como los escritos apócrifos, es decir, los no admitidos por el canon de la Santa Iglesia que versan sobre la vida de Cristo, serían en sí mismos un prodigioso manantial de universales milagros. ‘El evangelio según San Mateo’ (1964), según Pier Paolo Pasolini probablemente sea una de las más bellas aproximaciones realizadas a la vida de Cristo. Desprovista de simbolismo y tan fiel en su exclusiva utilización de no actores… su arrebatadora e impecable fotografía y la soberbia selección de músicas del mundo, incluido el blues más añejo o la clásica de Johann Sebastián Bach de mismo nombre ‘La pasión según San Mateo’ (1727)… todo en ella rezuma contemplación y el necesario recogimiento que precisa la oración. De sus bloques de texto, concentrados en momentos específicos recogiendo los pasajes más icónicos, se entrevé su inteligente diseño, dejando respirar su imagen prístina como si aquella hubiese sido captada hace dos mil años. Con mimo, pasión e indudable sacralidad.

Cualquier mortal puede acceder a cierta santidad pero para ello, deberá antes probar su fe ratificando su resistencia. Tendrá que vivir los tormentos de la tentación como cualquier humano y expiar su culpa. Solo así podrá acercar a los demás su experiencia y la gloria divina. Asimismo logrará percibir las virtudes y defectos de aquellos con quienes trate. Entender el corazón del otro implica entender antes el propio y si un santo se depara con alguien que no se arrepiente de los pecados que le otorgan, tendrá que averiguar tal inocencia. En la magnífica ‘Tempestad en la cumbre’ (1951) de Douglas Sirk, la hermana Mary está convencida que la prisionera condenada a muerte que como tantos tuvo que refugiarse en el convento por la tormenta que lo ha anegado todo, es inocente. La santa monja es la única que la cree y está segura de ello porque ella misma ha sentido el peso de la culpa y la reconocería dónde fuera. Una monja investigando detalles que la justicia pudo haber pasado por alto no es algo común, pero sí lo es la santidad de aquellos que dedican sus vidas a los demás. Aquellos capaces de conjurar milagros aún cuando no tienen pruebas y todos parecen ponerse en su contra. 

La vida del carmelita descalzo, San Juan de la Cruz, en ‘La noche oscura’ (1989) de Carlos Saura, con una suerte de luz magistral diseñada sobre la marcha por Teo Escamilla y la actuación prodigiosa del gran Juan Diego, discurre sobre un pasaje muy concreto de la vida del santo, férreo seguidor de la obra fundada por Santa Teresa de Jesús. San Juan se mostraría reacio a envergar las lujosas túnicas de los carmelitas calzados, así como, desobediente, negaría volver a calzarse. Su hermosa poesía nacida en la noche, en el profundo retiro de la celda en la cual le encarcelarían, sucedería a la renuncia de cualquier bien material. A los duros ayunos y otras asperezas, vaciados sus deseos del mundo para llenarlos así de bienes más elevados seguiría la susodicha noche espiritual en que el buscador pierde incluso el apoyo de su paz, de sus suavidades interiores. Entrando en la más ‘espantable’ noche a la que sigue la perfecta contemplación. La noche pasiva del espíritu, como el santo mismo la tildaría, era un campo ignoto al que se dispondría con valentía sin escatimar ni las zonas más arduas donde nadie había entrado aún. Todo ello es prodigiosamente recogido por Saura en ‘La noche oscura’, incluida la espectacular fuga del santo al terminar sus escritos.

En una noche oscura,

con ansias, en amores inflamada 
¡oh dichosa ventura!, 
salí sin ser notada

estando ya mi casa sosegada

El primer franciscano, Francisco de Asís, como Juana de Arco, sería igualmente objeto de una amplia hagiografía cinematográfica. Roberto Rossellini, Michael Curtiz, Franco Zeffirelli e incluso el reciente documental de Wim Wenders sobre el Papa Francisco tratando de recoger el testigo del santo, serían tan solo algunos de sus ejemplos. Nosotros volvimos a ‘Francesco’ (1989) de Liliana Cavani, protagonizada por un dulce Mikey Rourke haciendo acopio del periplo completo de aquél chico que antes de devenir iluminado era generoso tan solo en la medida que así le habían educado. El hijo de un rico mercader con prospero porvenir que cuando percibiese el advenimiento de su vocación no renegaría de su padre pero sí de toda fortuna y bien material para seguir la vía de la pobreza y la humildad, tal y como prescriben los evangelios. Dedicándose enteramente al otro. Cristo declararía ser más fácil que pasase un camello por el ojo de una aguja que un rico entrase en el reino de los cielos y siguiendo el precepto al pie de la letra, abrazaría pleno a aquél otro padre que desde los cielos velaba por él ofreciéndole los frutos de la tierra y dándole el firmamento por techo. Quién conoce la honda conexión que la naturaleza provee confirma la revelación de sus más ocultos secretos. La mendicidad ciertamente no era aceptada por el clero, sin embargo, querría el destino que la alta curia del momento encontrase ejemplar el trabajo de Francisco otorgándole un certificado a su meritoria obra. La orden franciscana nacería así, para aquellos capaces de renunciar a todo -incluso a sí mismos- y se entregasen sin temor a la humildad como único programa, la cual muchos encontrarían algo inhumano… El creciente número de seguidores de San Francisco pasaría mucha hambre pero nunca miedo. Aprenderían a no juzgar al prójimo, ni siquiera a su enemigo y siempre servirían los pobres y los leprosos. 

Sobre 1973, la contagiosa enfermedad de Hansen, conocida comúnmente como lepra, ya habría dejado miles de víctimas en Hawai cuando allí arribase un notable cura, un santo. En ‘Molokai, la historia del Padre Damián’ (1999) del maravilloso director australiano Paul Cox, nos percataríamos como por miedo al contagio, a modo de cuarentena infinita, los enfermos serían desterrados a Molokai, sin médicos ni nadie que velase por ellos. Una paradisiaca isla pero inhóspita sin orden ni ley, a la cual con 33 años de edad no dudaría ofrecerse voluntario el Padre Damián para velar por aquellos necesitados de consuelo y amparo. En Honululu, al temer ser enviados allí, los enfermos se veían obligados a ocultar su enfermedad y cuando llegase a los periódicos de medio mundo el alcance de la calamidad, caritativos muchos enviarían dinero para apalearla, sin embargo aquellos fondos serían sistemáticamente desviados a la capital. Los políticos ignorarían las insistentes suplicas del cura por algo de sanidad, un médico o incluso enfermeras que le ayudasen. Durante mucho tiempo se creería que la lepra era sobretodo de transmisión sexual, de hecho se la considerada la 4º etapa de la sífilis, por eso cuando el padre Damián terminase contrayéndola algunos creerían que habría terminado violando su voto de castidad, pero lo cierto es que nada de ello ocurriría y al morir, Damián habría logrado convertir al catolicismo a casi todo el mundo en Molokai.

De uno u otro modo, el sexo es uno de los más recurrentes temas hagiográficos. La preciosa ‘Sebastiane’ (1976) de Darek Jarman quizás haya contribuido a avivar la devoción por San Sebastián como santo patrono de la comunidad LGBTIQ+. De aquél poco se sabe aparte de haber vivido entre los años 256 y 288 después de Cristo. Que no moriría por las flechas asestadas en su cuerpo y que sería uno de los más férreos devotos del culto cristiano cuando aquél estaba totalmente mal visto entre su comunidad. Este soldado de la guardia romana, en la erótica película de Jarman inspirada en las representaciones pictóricas que se hicieron de él a lo largo de la historia, se vería expuesto a las tentaciones carnales, resistiendo con extrema convicción a aquél pagano entorno libertario y sexualmente encendido con el que tendría que lidiar. 

Como la sexualizada lectura que de San Sebastián haría Derek Jarman, también ‘La niña Santa’ (2004) de Lucrecia Martel es santa en la medida en que encuentra en su naciente sexualidad adolescente la probación que anda buscando a su probable vocación, para la cual sería alertada en catequesis. En el hotel que regenta su madre, Amalia conoce de un modo muy peculiar a uno de los médicos que atiende al anual congreso que allí tiene lugar. Su mejor amiga anda experimentando los placeres del sexo, pero para Amalia aquél inesperado episodio podría transformarse en motivo de iluminación si logra hacer lo que de verdad le dicta su corazón.

La benedictina alemana Hildegarda de Binden, aparte de su polémica canonización, fue una de las mujeres más notables de su tiempo. Vivió entre 1098 y 1179 para que además de monja se convirtiese en compositora, escritora, filósofa, científica, naturalista, médico y profetisa. En ‘Visión’ (2010) Margarethe von Trotta relata la vida de esta mujer íntimamente conectada con la naturaleza y cuya notable inteligencia, con cierta facilidad, vería reconocidas sus visiones ante el vaticano. El sexo se interpondría una vez más en el camino, cuando en el monasterio mixto regido por monjes varones en el cual ejercía de abadesa, empezasen a aparecer jóvenes novicias embarazadas. Entonces, en una visión, Hildegart vería el lugar dónde ubicar su propio monasterio emancipándose así como una de las figuras más ilustres del monacato femenino.

En su desenfrenado afán por investir nuevos héroes, la institución católica tomaría polémicas decisiones muy similares a las practicadas por los gobernantes en nuestros sistemas estatales pseudo-laicos. El modelo de una iglesia penetrado todos los ámbitos de la sociedad predicada por el Opus Dei en la figura de San Josemaría Escrivá, resultaría tan apelativo como anti-democrático. Pero si aún sin unanimidad, se decidiría canonizar a este oscuro héroe. A quién de forma altamente lacónica, el estupendo director Roland Joffé se referiría en una película narrada por el amigo de infancia de aquél, Manolo Torres, quién más tarde devendría espía fascista… permutando en Manolo el protagonismo de la cinta. ‘Encontrarás dragones’ (2011) transcurre durante la guerra civil española, obliterando intencionadamente y de forma subrepticia gran parte de la historia real. No extraña que destacadas figuras del Opus Dei figurasen en sus créditos como productores.

Por otro lado, Javier Fesser, más conocido por sus desternillantes y absurdas comedias, nos daría un vuelco al corazón con la historia de ‘Camino’ (2008). Trazando dos discursos paralelos bien diferenciados, sobre lo que ocurre en la cabeza de la niña protagonista víctima de un fatal tumor cerebral y las lecturas que de sus manifestaciones harían los interesados creadores de mártires del Opus Dei. Fesser denuncia así las turbias practicas de la secretista institución que haría lo que estuviese en sus manos para colocar a sus miembros en las altas esferas de la sociedad, que con ahínco sobre-vigilaría sus afiliados, instándoles a apartarse de todos aquellos no afines a la obra, incluidos sus familiares directos y exigiéndoles seguir los santos designios de San Josemaría. Advirtiendo que tales signos son tan difíciles de confirmar como fáciles de manipular, como cualquier niño sensible aún si a la merced de los demás, Camino percibe quién hay detrás de tal o cual máscara. Pero en su intimidad, su ángel de la guarda se le presenta como terrorífico súcubo, secuaz de un dios interesado que progresivamente ha ido arrebatándole todos aquellos que formaron parte de su corta existencia. 

Y si vueltas las tornas recibimos señales que no concuerden con el canon e incluso puedan ir en su contra, la respuesta solo podrá ser breve y contundente. A un extraño bunker iluminado con erráticas luces fluorescentes va a parar la moribunda Johanna. En realidad aquél lugar se trata de un hospital en el cual despierta su prostituta y drogadicta protagonista, para que en medio de la confusión se escabulla hasta encontrar el armario de las drogas. A punto de morir por sobredosis, los médicos la encuentran para salvarla milagrosamente. Uno de ellos argüirá que no pueden dejarla volver a casa, que reincidiría. Y así empezaría el milagroso periplo de ‘Johanna’ (2005) en esta insólita ópera-fílmica del húngaro Kornél Mundruczó. Transformada en enfermera, Johanna trataría a sus pacientes con un amor inusitado. Piadosa, les haría el amor hasta que aquellos empezasen a curarse milagrosamente. Pero evidentemente, en este mundo no hay cabida para semejante clase de heroína y su destino le llegaría cantado.  

Ni Batman ni Superman, es caso para decir que tal vez muchos se merezcan salvadores del calibre de aquél cabrón de humor extremo, pésimos modales e increíbles poderes, que básicamente salva a la gente pero en el proceso, por estar siempre medio ido y borracho, destroza tantas cosas, que tiene cabreadísimo a todo el mundo. ‘Hancock’ (2008) de Peter Berg, es un ángel, dios, súper-héroe o como queramos llamarle… que ha perdido la memoria y que más solo que nadie, vaga por el mundo dedicándose a ser tan creativo como pueda rompiendo, destruyendo y dejando carísimo -por las nubes- el precio de su heroicidad. Y ojo con este intratable, que no solamente predica las más soeces barbaridades sino que lleva a cabo todo cuanto predica.   


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